«’Straight edge’: los chicos y chicas del autocuidado radical». Referencia al libro «Una vida sobria para la revolución» en el diario.es

Al calor de la catarsis del hardcore estadounidense, nació hace décadas un movimiento que defendía una vida de autoafirmación y conciencia crítica.

Pocas veces una canción de 45 segundos habrá generado tanto. Ocurrió durante una primavera de esos machaconamente estilizados años 80. La del 81, la de los atentados contra Reagan y Juan Pablo II, los disturbios de Brixton, la intoxicación por aceite de colza, el asalto al Banco Central de Barcelona y el descubrimiento de la logia anticomunista P2 o el VIH, que así de apacible entró la década. Mientras en nuestro país dos José Luis —Perales y el Puma— se disputaban el reinado en la radio, un joven de Washington DC llamado Ian MacKaye componía y grababa con su grupo Minor Threat, sin pretenderlo ninguno de ellos, una canción que pondría nombre a un modo de vida. Straight Edge tenía la velocidad del hardcore, el orgullo de la oveja negra y hallaba palabras de autoafirmación que perduran hoy.

Un zoom a ese tema nos enseña a un MacKaye asegurando que no necesita alternar con zombis, esnifar mierda blanca, desmayarse en los bolos, ni porros ni tranquis ni pegamento, que nunca va a usar unas metafóricas muletas para socializar, que sus pies siempre van a pisar firmes la tierra. Que sigue el camino correcto, la línea recta, el straight edge. Si abrimos el foco para abarcar el contexto de esa letra, aprendemos que ni siquiera es la primera del músico de la costa este.

Ya con su anterior banda, Teen Idles, cantaba que era mucho mejor beber leche que Coca-Cola. Todo bajo un estilo musical, el hardcore, cocinado en el fogón del punk de finales de los 70, pero que pronto iba a alumbrar una generación espantada ante las debilidades de la música etiquetada de contracultural por excelencia. Para chicos como MacKaye, pecados que podían resumirse incluso en orden: hedonismo, autodestrucción y mansedumbre.

Si el punk era la estética, la ética era el hardcore. En particular, el que no solo contraponía al “padre” musical un estilo más veloz y agresivo; también una nueva filosofía vital. La base de esta era un rechazo tajante al consumo de tabaco, alcohol y drogas ilegales de cualquier tipo. En muchos casos, se le añadía una dieta vegetariana o vegana y el compromiso con los derechos de los animales. Una acepción más rígida podía incluir la abstención de cafeína y de la promiscuidad sexual.

El símbolo straight edge más reconocible es la letra equis pintada sobre el dorso de las manos. En los bares de conciertos se marcaba con ella a los menores de 21 años para que no se les sirviera alcohol, algo que rápidamente este movimiento hizo suyo. Subyacían en ello dos de los rasgos principales del straight edge. Por un lado, hacer bandera de mantenerte despierto y consciente, en plenitud de facultades físicas y psicológicas. Por otro, la construcción de una comunidad que a veces ha tenido que lidiar con acusaciones de puritanismo moral.

El propio Ian MacKaye lleva cuatro décadas evitando ser considerado un referente straight edge. Insiste en que su canción trataba solo de defender “el derecho a vivir tu vida de la forma en la que quieras”, no en “decirle a la gente cómo hacerlo”. Así lo expresa en una de las entrevistas que contiene el libro Una vida sobria para la revolución. Hardcore punk, straight edge y políticas radicales de Gabriel Kuhn y publicado ahora en castellano por Editorial Imperdible. En ella, MacKaye explica cómo la burocratizada ciudad de Washington les enseñó a tomar iniciativas sin pedir permiso para evitar la negativa segura.

Siempre refractario a la simplificación y mercantilización del mensaje, siguió siendo una figura esencial del hardcore con el sello Dischord, dinamizador de esa escena a través del llamado Verano Revolucionario del 85, que ponía en su punto de mira a la extrema derecha skinhead, la violencia de algunos shows, la administración Reagan o el apartheid sudafricano. O con Fugazi, la banda que supo que el colmillo muerde pero también mastica, tocó en los cinco continentes y recaudó 250.000 dólares para el derecho a la vivienda, refugios para mujeres, centros de salud, derecho al aborto, la comunidad latina, tercera edad, la población reclusa o las radios libres.

Existe la tentación de describir el hardcore como una de las terapias colectivas juveniles más importantes de las últimas décadas. La catarsis sensitiva de la música rápida y fuerte y el contacto humano de los bolos no eran menos importantes que unas letras que arropaban. La puerta de entrada más transitada hacia el straight edge fue el hardcore. Tanto fue así que un repunte del género a finales de los 80 fue de la mano de grupos que abrazaron esos principios, como Gorilla Biscuits o Youth of Today, con quienes se repitió la historia: su canción Youth Crew dio nombre a esta nueva generación. Los 90 fueron años de diversificación en un doble sentido. Desde dentro, surgieron corrientes minoritarias como la intransigente hardline o el religioso krishnacore. Hacia fuera, el straight edge se expandió definitivamente a casi todos los rincones del mundo.

En nuestro país, en distintos centros sociales no era extraño ver hace unos treinta años actividades expresamente anunciadas como libres de alcohol y drogas y con menú vegetariano. Acabando el siglo pasado, muchos chicos habían descubierto ya el atractivo de la vía striki, a la que en buena parte se llegaba por lo que salía de los altavoces o auriculares. “Nunca he tenido una época loca de borracheras. De hecho, solo estuve borracho una vez. Mi aproximación al straight edge fue a través de mi hermano y la música que escuchaba en casa. Primero, Pennywise o Bad Religion. Después, fui abriendo el abanico leyendo los agradecimientos de los discos. Descubrí que en Barcelona había movida, pero no fue algo tipo ‘quiero ser esto’, fue simplemente sentir que eso es lo que te llama: ser destroyer sin destrozarte”, explica Gabi, uno de los organizadores del festival Can’t Keep Us Down, evento de hardcore de primera línea a nivel estatal celebrado desde hace casi tres lustros en el distrito barcelonés de Nou Barris. “Antes de nosotros, hubo una generación que perdió el interés por el hardcore y se fue a algo más emo y pop. Hubo un momento en el que parecía que no pasaba nada. Había que montar grupos o traerlos, porque era eso o morirnos del asco. Recuerdo conciertos de 300 personas en el Rock’n’Trini para ver bandas locales. La música y lo que había a su alrededor sirvió de punto de encuentro para socializar”.

La música también supuso una primera toma de contacto para Mariona Batalla. La cantante del grupo Flora y conductora del programa Les Gates de 3Cat cree que el straight edge no tiene sentido sin una banda sonora hardcore. “Descubrí el punk porque mi hermano era un skater que lo escuchaba y la vida me llevó al hardcore. Desde entonces, el straight edge ha sido una idea que estaba en mi imaginario, aunque con 15 o 16 años veía a esta peña como unos estirados que se creían seres espiritualmente superiores al resto solo por no tomar alcohol. No entendía muy bien de qué iba la movida pero, con el tiempo, la vida le dio una hostia durísima a mi salud mental y decidí dejar de tomar cualquier sustancia que alterara mi estado de conciencia o mis emociones. Dejé de beber, de fumar esporádicamente, decidí no tomar cafeína y pasarme del té a las infusiones. En ese momento yo no me consideraba straight edge aunque cumpliera con la base del movimiento: ser una persona abstemia”.

Batalla desarrolla su visión de ese movimiento. “Creo que, como pasa con el feminismo o el veganismo, el straight edge no es solamente no beber, fumar o drogarse. Alguien vinculado a ello milita. Es una manera de ver y entender el mundo desde los márgenes, desde lo underground. Implica ir a conciertos locales, apoyar iniciativas do it yourself, comprar fanzines o vinilos, ser crítico con el mundo, creer en la empatía, en generar espacios seguros y crear redes de apoyo con gente que comparte tus mismos valores. Para mí el straight edge es una intención. Una mirada crítica hacia un mundo que se va a la mierda y en el que nos quieren alienados, distraídos con pantallas, muchos estímulos, rebajas, ofertas, capitalismo, fake news, contenido blanco, programas basura o influencers sin discurso. El straight edge es una voluntad de cambio desde la conciencia y el despertar que eso implica”.

Es difícil hablar de straight edge sin obviar el manto hardcore que lo recubre. Casi tanto como esquivar la que es, seguramente, la crítica más recurrente que se ha hecho al estilo. La de ser una escena hipermasculinizada. “El mundo lo está. El arte, la cultura y la música no son una excepción. Solo hace falta revisar los carteles de conciertos y festivales de hardcore de todo el mundo y ver cuál es el porcentaje de presencia femenina. O, iré más allá, ¿cuánta peña trans, queer o disidente hay en las bandas que tocan? Es más, ¿cuántos hombres vinculados a la escena son abiertamente homosexuales? El hardcore, a pesar de que pretende ser un espacio seguro, sigue siendo hostil para las mujeres. La mayoría de asistentes a los conciertos, tanto sobre como bajo el escenario, son hombres y muchos de ellos corpulentos”, cuestiona Batalla.

Cabe preguntarse, tras más de cuatro décadas de historia global y de que el straight edge tuviera su auge en nuestro país en los años que bordearon el cambio de siglo, si hay recambio generacional. Gabi, que define el straight edge más como unas pautas que como una doctrina, intenta poner su grano de arena en cada edición de su festival. “En Can’t Keep Us Down tiene que entrar una banda novel. Los que ya estamos tenemos la responsabilidad de dar hueco. Creo que son ciclos. Lo que a mí me explotó la cabeza porque era algo a contracorriente ahora no lo es”. Batalla, de 25 años, cree que sí existe ese relevo, “aunque supongo que no tiene la misma fuerza que en sus inicios. Si se convirtiera en un pensamiento mainstream, igual conseguiríamos cosas a nivel colectivo, pero perdería fuerza como filosofía. Si se volviera una moda, perdería esencia. Siempre digo que en el hardcore, o en el straight edge, si queremos ser concretos, nos hemos juntado toda esa peña que fuimos carne de bullying en el colegio o el instituto y ahora somos gente guay. Así que supongo que no es una corriente de pensamiento muy común entre la gente joven, pero también es bonito que sea así”.

Pensemos ahora en tres asuntos desde el presente. Uno, la indudablemente mayor conciencia sobre los derechos animales y la presencia del vegetarianismo y el veganismo en la sociedad con respecto a hace unos años. Dos, el debate crítico en torno a la normalización del alcohol, un tema largamente soterrado bajo lo costumbrista que incluso cuenta en los últimos meses con lanzamientos editoriales como Vinagre, de Jorge Matías, o Como las grecas, de Bob Pop. Tres, una preocupación colectiva por la salud mental desconocida a nivel histórico que quizá conecta con ese deseo de una vida de autoafirmación —siempre consciente de que nadie es una isla— que siempre tuvo el straight edge.

“A pequeña escala, ha sido visionario”, sostiene Gabi. “El mundo no va a ser vegano nunca, pero el consuno de carne va a disminuir por una cuestión de sostenibilidad. No hay que ser muy listo para saber que el alcohol o las drogas no son un buen camino, pero sobre ello el straight edge ha creado un impacto que ha trascendido al hardcore”. “Me gusta pensar que está habiendo algo así como un auge de la empatía”, defiende Batalla. “Y que por eso se ponen sobre la mesa debates como el feminismo, cuestiones de género, el vegetarianismo, las luchas anticoloniales, el antirracismo o la salud mental, que son temas que hace mucho tiempo que, desde el hardcore, se hablan en canciones, charlas, fanzines o documentales. No quiero que suene a superioridad moral, pero en ese sentido creo que el straight edge ha sido un movimiento avanzado. Solo tenemos que ver su origen: no hay nada más punk que estar en contra de eso de vivir deprisa y morir joven. Hay muchísima gente que, sin saberlo, conecta con los valores del straight edge”.

Ignacio Pato Lorente

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Extraído de : https://www.eldiario.es/cultura/musica/straight-edge-chicos-chicas-autocuidado-radical_1_11443956.html